Hace ya
algunos días, unos compañeros cenetistas de Indra conversábamos sobre el
tormento del trabajo asalariado y el yugo que este supone sobre nuestra vida.
Volvíamos de unos días de asueto y todos coincidimos al describir el abismo que
sentíamos entrado el domingo por la tarde cuando presagiábamos el empuje y el
aliento helado del capitalismo con su maquinaria a todo gas. Una maquinaria que
exprime al ser humano hasta hundirlo física y mentalmente para sacar un
beneficio que luego se reparte entre unos pocos directivos, jefes o inversores.
Soportar
esta repetición, esta tabarra ("bola y cadena"), es difícil. Tu
cuerpo se resiente, la mente a veces se desmorona y tus nervios estallan a
menudo. Nadie puede dudar de que esta forma de trabajo sea inhumana, cruel y
triste, porque las empresas capitalistas no miran por el prójimo, sino por la
ganancia, la rentabilidad y el lucro. Las empresas capitalistas no miran por la
felicidad, miran por el dinero y la posición de privilegio de unos pocos.
Pero el
trabajo asalariado no es ya algo inhumano por términos de explotación o por los
inmanentes casos de maltrato, acoso, agravio o vejación que se producen en el
entorno empresarial. No lo es tampoco exclusivamente por la contención o la
bajada salarial, los largos horarios y las condiciones del entorno.
El
trabajo asalariado es también inhumano porque anula nuestro desarrollo y
progreso como trabajadores y personas. El capitalismo ha pasado de comerciar
con productos y servicios a comerciar también con la fuerza productiva, con eso
que llaman "deslocalización", y por ello nuestro oficio y nuestra
labor resulta ahora algo marginal.
La
motivación, nuestro desarrollo como personas, la rotación en nuestras tareas,
el aprendizaje y, por qué no, la pulcritud y la perfección, resulta ahora algo
marginal que no interesa al empresario. Nuestro quehacer, nuestra función, ya
no nos aporta dignidad, porque son factores ninguneados por el capitalismo.
Las
conversaciones entre los cenetistas tienen para algunos de nosotros un cariz
enriquecedor, y aquella charla, que comenzó con el pinchazo de tripa de los
domingos al intuir el precipicio al que nos empuja el trabajo asalariado, no
fue menos. Cada uno de nosotros se reafirmó en su sufrimiento y padecimiento,
pero también confirmamos al unísono que aunque la dignidad de nuestro oficio y
profesión está fulminada por el capitalismo, la defensa de una sociedad justa y
libre, como anarcosindicalistas que somos, es el motivo que hace mantener
nuestra cabeza alta como trabajadores.
SECCIÓN
DE TELECOMUNICACIONES Y SERVICIOS INFORMATICOS (STSI) DEL SOV DE MADRID
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