jueves, 15 de septiembre de 2011
La Revolución Social Española de 1936
REVOLUCIÓN SOCIAL - 1936
CARTELES Y FOTOGRAFÍAS
EXPOSICIÓN 75 ANIVERSARIO
8 a 24 de septiembre
BIBLIOTECA PÚBLICA DE OVIEDO
Organizan: S.O.V. OVIEDO de C N T
y Cdra. Anarquista del Noroeste
En julio del presente año 2011 hemos podido comprobar cómo los medios de mediatización aprovechaban el 75 aniversario del comienzo de “la guerra civil” para “poner en valor”, monetario y/o ideológico, aquella experiencia histórica. Se obvia, claro, que toda guerra civil es una guerra de clases.
El pueblo español, la población civil de entonces, había puesto en marcha un proceso de revolución social para darle la vuelta a una injusta situación secular de explotación, opresión y miseria. Los privilegiados sintieron tambalear su poder e instigaron a los militares para sofocar aquel proceso. El pueblo se alzó en armas y se decidió a jugarse su destino en la contienda…
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Nos dicen que de la historia se aprende, y es verdad. Lo que no nos dicen es que la historia varía dependiendo de quién te la cuente. En este pedazo de tierra que llaman España, hay una gran historia que pocas veces ha sido contada por sus protagonistas, y sí ocultada muchas veces por aquellos a quienes interesa que la verdad no resplandezca.
Corría la década de los treinta del pasado siglo, y en las calles de los pueblos y ciudades la gente soñaba con cambiar el mundo. La sociedad se regía por normas parecidas a las actuales: unos pocos acumulaban riqueza mientras que la gran mayoría se hacinaba rodeada de miseria. Había que trabajar mucho y muy duro para salir adelante, y los que levantaban la voz en contra de las injustas condiciones que habían sido impuestas a los trabajadores podían ser, y en la práctica cotidiana eran, perseguidos, encarcelados, deportados o incluso directamente asesinados.
El gobierno, tras el pulcro disfraz democrático que le otorgaba la Segunda República, ostentaba el poder sometiendo a la clase trabajadora mediante mandatos que perjudicaban a las clases populares de la sociedad. Las decisiones eran tomadas por una minoritaria clase política, que compinchada con la burguesía, cortaban las alas de una sociedad que aspiraba a vivir en libertad e igualdad.
Sin embargo, nuestros abuelos y bisabuelos no se conformaban con las migajas de un pastel que ellos elaboraban y otros, unos pocos, se repartían. Conscientes de la fuerza de su número, se organizaban. En la España de los años treinta, los sabotajes, las manifestaciones y las huelgas, ocupaciones, insurrecciones, en fin, la “gimnasia revolucionaria” se respiraba en campos, fábricas y talleres.
Los trabajadores de aquel tiempo comprendían que eran ellos quienes cultivaban la tierra, accionaban las máquinas o fabricaban los útiles necesarios para que la economía funcionase. Sabían que ellos eran la pieza imprescindible y que, si se unían, podrían dar la vuelta a la situación. Eran hijos del trabajo y no renegaban de él, pero entendían que el trabajo había que repartirlo. No aceptaban trabajar de sol a sol, pero tampoco aceptaban que hubiera gente que comiera sin trabajar ni aportar al bien común.
La clase obrera española se organizaba. En sindicatos, en los que encontraba la herramienta para enfrentarse por sí misma a gobierno y burguesía con garantías. El sindicato representaba la unión y la organización del proletariado. Pero además, los sindicatos se convertían en las escuelas del pueblo: los obreros adquirían conciencia y cultura y eran capaces de vislumbrar una sociedad más libre y más justa, en la que no hubiera patrones, gobiernos ni religiones que los sojuzgaran.
En Mayo de 1936, la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) celebró un congreso en Zaragoza, en el que declaró como su finalidad la de realizar una revolución social que cambiase la sociedad. El objetivo era abolir el gobierno y la propiedad privada, para instaurar en su lugar un régimen asambleario y federalista, en el que todo el mundo tuviese el mismo derecho a decidir sobre su vida y tuviese garantizado el trabajo, las necesidades básicas y poder disfrutar de una vida digna en plena libertad. Al mismo tiempo, todo el mundo, para poder obtener las ventajas de esta sociedad, debía contribuir con su trabajo. Se adoptaba la máxima “de cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades”, y así se conformaba el “Comunismo Libertario” o lo que es lo mismo: la sociedad anarquista.
Desde la llegada de la ansiada Segunda República con la decepción que causó y, más activamente desde la primavera de 1936, los trabajadores españoles enfilaron sin ambigüedad la senda de la revolución. Se acababa la era de la explotación y de la ausencia de libertad: los sindicatos hervían, las imprentas no paraban de sacar publicaciones obreras, proliferaban centros de cultura obreros o “ateneos libertarios”… Pero el camino no era llano ni color de rosa. El gobierno de la República intentó por todos los medios sofocar la rabia de los obreros. Había incluso llegado a cometer crímenes imperdonables como en los sucesos de Casas Viejas (1933), en los que se masacró a un pueblo entero por negarse a aceptar que la tierra perteneciera a unos pocos terratenientes en lugar de estar en manos de los campesinos que la trabajaban; o en la represión contra la Revolución de Asturias (1934), en la que el ejército republicano, bajo el mando de Franco, sometió por el terror a la insurrección revolucionaria de los obreros asturianos que, organizados en la CNT y la UGT, intentaron dar el paso hacia la libertad y la justicia.
Una parte del ejército, viendo que los gobiernos de la República, incluido el del Frente Popular, se habían mostrado incapaces de contener a los trabajadores y así parar la revolución, se decidió a llevar adelante la conjura que ya desde la caída de la monarquía había empezado a preparar: una sublevación militar fascista en contubernio con lo más retrógrado de la sociedad hispana –capitalismo monopolista y financiero, latifundistas, católicos, monárquicos, falangistas y requetés- con el objetivo de aniquilar las organizaciones, las aspiraciones, la ilusión y el proyecto revolucionario, y someter al pueblo a la moral degradante que siempre había impuesto la Iglesia Católica.
Por ello, la clase obrera revolucionaria –en su mayoría organizada en la CNT y también en los sectores más conscientes y combativos de la UGT- comenzó a hacer acopio de armas y a preparar la defensa de la libertad y la justicia social.
El 17 de julio de 1936, los fascistas se sublevaron en Marruecos. La CNT dio la alerta revolucionaria. El 18, el avance fascista era importante.
La CNT y la UGT proclamaron la huelga general revolucionaria. Aquello por lo que se había luchado, los valores defendidos, las ideas y el amor a la libertad empiezan a tomar cuerpo. Ese mismo día, en Barcelona, los obreros ocuparon los principales edificios públicos y tomaron las calles y los transportes. La Generalitat intentó evitar que la chispa de la revolución prendiera en Barcelona, pero la fuerza de los trabajadores organizados le desbordaba.
Los obreros del transporte se apoderan de las armas que había en los barcos anclados en el puerto. El objetivo: frenar a los fascistas y convertir a Barcelona en el foco desde el que se extendería la Revolución Social.
La CNT se propuso que la vuelta al trabajo después de ese paro no iba a ser en un régimen capitalista, e impulsó que industrias, fábricas y tierras pasaran a estar bajo control obrero. Tocaba a los trabajadores ser los protagonistas, no solo de la producción, sino de su control, organización y distribución.
Cuando la sublevación llegó a Barcelona, los militares se encuentran con una clase obrera organizada sin dirigentes ni vanguardias. No tenían enfrente a un ejército republicano, sino a trabajadores normales y corrientes, con un armamento escaso, pero con la fuerza que les daba el luchar por sus ideas y por su libertad. La clase obrera barcelonesa era mayoritariamente anarquista, y el grado de conciencia de los trabajadores era tal, que el ejército fascista no fue capaz de enfrentar a esos humildes obreros y su revolución. En menos de 24 horas, los trabajadores, sin ayuda alguna de gobiernos ni instituciones, habían barrido al fascismo de toda Cataluña. El control ahora no lo tenía ni el ejército sublevado, ni la República, ni la Generalitat. El control ahora era de los trabajadores, lo tenía la CNT.
A partir del 19 de julio, comenzó en España una Revolución Social que por su magnitud y su contenido, se puede decir que es única en la historia de la humanidad. El pueblo organizado, de manera independiente y autónoma, tomó las riendas de la economía y de la política, aboliendo en numerosos lugares al Estado y al Capitalismo. Al mismo tiempo, los trabajadores fueron capaces de formar milicias y parar el avance del fascismo, con un armamento escaso y defectuoso, y rechazando por propia elección el formar un ejército que les condenaría a someterse de nuevo a una jerarquía. Ese pueblo en armas fue el que venció al fascismo los primeros meses de lo que se llama “Guerra Civil”, consciente de que revolución y guerra eran inseparables.
El verano de 1936 fue único y genuino en la historia proletaria. En Cataluña y Levante se socializaban fábricas e industrias. Los obreros tomaban las decisiones sin necesidad de patrones, y aumentaron la producción y la eficiencia con resultados asombrosos. Miles de personas adquirían cultura en centros obreros y proliferaban las escuelas libertarias. En Andalucía, algunos pueblos quemaban el dinero en la plaza entre vítores, proclamando el comunismo libertario. En Aragón y Cataluña también se colectivizó la tierra y se abolieron las grandes propiedades, que pasaron a ser colectividades de trabajadores, quienes se organizaban y tomaban las decisiones por asambleas, eliminando cualquier signo o vestigio de autoridad. Se hizo realidad la utopía anarquista de vivir sin patrones ni gobiernos.
George Orwell, en su libro “Homenaje a Catalunya” dice: “Yo estaba integrando, más o menos por azar, la única comunidad de Europa occidental donde la conciencia revolucionaria y el rechazo del capitalismo eran más normales que su contrario. En Aragón se estaba entre decenas de miles de personas de origen proletario en su mayoría, todas ellas vivían y se trataban en términos de igualdad. En teoría, era una igualdad perfecta, y en la práctica no estaba muy lejos de serlo. En algunos aspectos, se experimentaba un pregusto de socialismo, por lo cual entiendo que la actitud mental prevaleciente fuera de índole socialista. Muchas de las motivaciones corrientes en la vida civilizada —ostentación, afán de lucro, temor a los patrones, etcétera— simplemente habían dejado de existir. La división de clases desapareció hasta un punto que resulta casi inconcebible en la atmósfera mercantil de Inglaterra; allí sólo estábamos los campesinos y nosotros, y nadie era amo de nadie.”
Entre tanto, el fascismo recibía ayuda de Italia, Alemania o Portugal. La revolución no recibía ayudas. Es más, la propia República se negó en un principio a facilitar armas a los obreros, demostrando más temor hacia la propia revolución que hacia los militares sublevados.
Las potencias extranjeras, que supuestamente estaban del lado de la República, negaron la ayuda. La clase obrera se enfrentó sola al fascismo y venció en las primeras batallas, pero pronto debió enfrentarse también con otros enemigos que amenazaban la marcha de la revolución.
La contrarrevolución del Partido Comunista (PC), las trabas impuestas por la República y las dificultades para el control de los órganos de gestión de la CNT y la FAI por una militancia comprometida en la defensa de los frentes, comenzaron a dinamitar la obra constructiva de la revolución. Los comunistas, desde la retaguardia, la fueron sometiendo a la disciplina del partido, lo cual no era comprendido por los trabajadores. Ante esta situación, el partido decidió imponer su disciplina autoritaria por medio de la fuerza, disolviendo colectividades y tomando posiciones en el gobierno de la República gracias a la influencia de la ayuda que enviaba Stalin. Especialmente representativa es la figura del comandante Líster, del PC, responsable de la muerte de numerosos trabajadores que se negaron a aceptar las imposiciones y quisieron asumir la defensa de la obra revolucionaria. Esto sucedía mientras los milicianos anarquistas luchaban contra los fascistas en el frente, sin saber que detrás de ellos la revolución estaba siendo traicionada.
Incluso en las organizaciones obreras, el autoritarismo se hizo presente. La fuerza de los trabajadores era tan grande que los oportunistas y los políticos intentaban sacar partido también de la propia revolución.
Ello sin duda propició que también en la CNT y la FAI se tomaran decisiones controvertidas ideológica e históricamente, como fueron la entrada en el gobierno de la República o la aceptación de la militarización de las milicias. Sin embargo, ni todas las milicias pasaron por el aro, ni todos los trabajadores aceptaron la deriva estatalista. La mayoría permaneció fiel a la aspiración revolucionaria. Pese a ello, el daño estaba hecho.
Muchos fueron los factores que determinaron la derrota de la Revolución Social de 1936. Sin embargo, demostró ser un ejemplo de la posibilidad de vivir en una sociedad libre e igualitaria, sin Estado ni capitalismo, en la que los individuos se desarrollen libremente y sin coacciones.
Abel Paz, conocido militante de la CNT que participó en la Revolución, decía que los trabajadores sabían que la Revolución estaba condenada a fracasar. Su función sería, pues, la de servir de ejemplo a las generaciones futuras de que la anarquía no es imposible, sino que es necesaria. Lo más importante no es recordar con añoranza el tiempo en que los trabajadores mantenían la cabeza alta y escupían sobre los privilegios de los capitalistas, las riquezas de las Iglesias ardían en las plazas de los barrios y pueblos entre vítores y los campesinos trabajaban gustosos sabiendo que daban de comer a compañeros trabajadores y no a parásitos. Lo importante es que gracias a estas personas nosotros podemos aprender a hacer una revolución que no esté condenada al fracaso, pues ellos nos han allanado el camino.
La Revolución Española no viene en los libros de texto oficiales de historia, como tal Revolución, pese a ser un acontecimiento único. Quizás no sale en esos libros porque la historia la escriben siempre los vencedores, y en el episodio de la guerra de clases que se llamó “guerra civil” ganó el bando del poder y del dinero. Durante 40 años ese bando nos gobernó a base de violencia, humillación y silencio. Y hoy, tras más de 30 años de democracia, los enemigos de la revolución nos siguen gobernando. Se mantiene el silencio y el olvido porque la Revolución Española asusta, ya que puso contra las cuerdas al fascismo y a la república, y hubiese hecho lo mismo con cualquier otra forma de gobierno y autoridad.
75 años después debemos elegir: o seguimos humillados y degradados en nuestra vida y nuestros trabajos, o plantamos cara y les demostramos que, hoy como ayer, seguimos puño en alto.
Porque no somos una romántica experiencia del pasado. Gracias a ella continuamos en la lucha por concretar la aspiración de una humanidad libre-justa-fraterna. Aquí: Ricardo Montes 37-bj-Ciudad Naranco
985115359- cntoviedo.blogspot.com y en las plazas y las calles con acción.
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