viernes, 15 de enero de 2010

IN MEMORIAM

“Més lluny, sempre aneu més lluny,
més lluny de l’avui que ara us encadena.
I quan sereu deslliurats
torneu a començar els nous passos”
Lluis Llach

Ahora que se nos ha ido el año es momento para recordar a quienes en la cercanía más o menos inmediata se nos fueron en él. Nos toca ya comenzar a recordar a los compañeros y compañeras de generación que poco a poco se nos van quedando en el camino. Y a mí me toca recordar aquí a dos amigas, a dos compañeras, y traeros a la memoria a quienes las conocísteis –y a quienes no, presentaros- algo de su trayecto vital, algo del camino que nos tocó andar juntos, porque la huella de su paso deja un latido digno de atender.

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Las dos del mismo tiempo –cinco o seis años por medio- andaban por la cincuentena cuando permediado ya el año, en un lapso de apenas diez días, se las llevó el gigante de una enfermedad que los malos encantadores hacen gigante alimentando un modo de vida que la retroalimenta mientras niegan a su combate recursos que se destinan a sostener otros cánceres, como el militarismo con su enorme tentáculo de la carrera espacial por nombrar uno de entre los muchos que cualquiera podéis nombrar. Las dos de un mismo tiempo, necesitado de utopías que alentaran la rebeldía ante un estado de cosas triste, plomizo, opresivo y ferozmente injusto, y que alimentaran las energías para oponer el mundo nuevo que traemos en nuestros corazones a los malos encantadores, a los recuperadores, a los disfrazadores que sólo pretendían revocarle la fachada a aquel estado de cosas para que todo siguiera igual.
Y a ambas las encontró el reto de ese tiempo para acercar la utopía, para toparla, para hacérnosla palpable.
Porque si de algo estaban imbuídas Carmen y Margarita, si a Vadiki y a Marga algo les definía su quehacer vital, ese “algo” era la utopía. Peo no la entelequia, no la vaga ilusión del paraíso prometido para crédulos del “qué bonito sería”, sino la utopía afrontada, hecha carne, hecha vida, hecha pelea para el vivir cotidiano.
Para Vadiki siempre había un “pero ¿porqué no?” “no podría ser que…” y si le señalabas alguna dificultad entonces venía un “ya, pero seguro que…”; y se ponía a ello, a que pudiera ser. Y las más de las veces acababa siendo, por muy audaz que pareciera el empeño, por muchas trabas que en el camino pusieran los “malos encantadores” que en los molinos nos oponen gigantes. Porque le echaba “cuayu” para que la utopía cuajara. Y así, con un porvenir más que incierto dejando a Biológicas sin el concurso de su carrera, se ajuntó con Fikin que también había dejado que la Historia del Arte corriera su suerte, y con solo la afición de éste al dibujo empezaron los dos a vender sus posters en el Fontán y enseguida fueron Tres, que luego vendrían otros tres más. Y con el tesón y el autodidactismo, convertidos en unos buenos ilustradores infantiles aunque siempre al salto de mata de los encargos editoriales o institucionales muchas veces en precario –el buitreo empresarial siempre rondando por encima- consiguieron darle esquinazo al salariado y sus servidumbres y hacer de su casa –de su vida- una comuna más o menos independiente por la que pululaban utópicos y atípicos con sus inquietudes vitales a cuestas que eran acogidas, estimadas y siempre estimuladas al calor de un café con conversación. Porque conversar, confrontar, señalar y asumir y abrir posibilidades, caminos a la utopía, era otra de las pasiones de Vadiki y así la solíamos ver en los foros de debate cercanos a CNT, el Ateneo Libertario de la sede de la calle Carpio, las Jornadas Culturales o la última experiencia de Ateneo Libertario nómada por las sidrerías los jueves. Siempre la inquietud de cómo los quehaceres “culturales” nos ponen en ese camino a la utopía, en ese “viatje a Itaca” que canta Lluis Llach que por algo era la canción que más le conmovía. En su huella deja impreso su optimismo vital ante las reflexiones que no debemos dejar de plantearnos.
Marga, otra que tal. Con una apuesta vital si no más comprometida quizás más arriesgada. De ascendencia extremeña, del raigambre castúo pasó a impregnarse del castizo por el que respiraba en Madrid el aliento popular y a ser expresión de ese pulso vital en que se reconoce el pueblo madrileño. En el París de los primeros setenta que aún olía a mayo coincidió con un grupo de gentes que estudiaban en Oviedo y que como ella se iban los veranos allí a limpiar oficinas o a ganarse de cualquier modo unas pelas que les permitieran tirar durante el próximo curso y pagar el piso en el que convivían, y entre ellos conoció a Amando, imbuído como todos del “espíritu del 68” y de la filosofía hippi, pero no del folklorismo del “flawer power” o el cliché de la rebeldía juvenil del sexo, drogas y rokanrol, sino captando la carga de profundidad que el compromiso con la nueva conciencia antiautoritaria colocaba en los pilares del sistema haciéndole temblar. Por algo eran o llegaron a ser parte de los “grupos autónomos de acción de base” que l@s anarquistas impulsamos en la universidad de Oviedo. Marga acabó viniéndose a vivir con Amando y alguna madrileña más también acabó en Oviedo y algun@s de aquell@s compañer@s que ya vivían como comuna en la ciudad constituyeron una comuna en el campo. No eran marginales pies negros perroflautas deambulando sin rumbo en la marea. El fenómeno “piesnegros” surgirá años más tarde. Era gente como Amando y como Marga que renunciaron a integrarse en la dinámica de un sistema que rechazaban racional y visceralmente y se propusieron hacerse una vida, buscarse la vida desde sus propios sentimientos y su manera de concebir el mundo sin autoridad, en común, sin el sometimiento al dinero y el trabajo para acumularlo, tratando de librarse día a día de los mil y un prejuicios sociales que reducen la vida a una supervivencia sin sentido. Se propusieron darle vida a la utopía, caminar por sus propios pasos, trabajosos y llenos de dificultades, sinsabores y decepciones en ocasiones pero suyos, disfrutando de la libertad que te da el poder decidir dónde pisarás la próxima vez, cuál será el paisaje que te rodee y hacia dónde va tu camino. Sabedores, claro, que en tanto esa libertad no sea de todos siempre será relativa. Por eso Marga siempre caminó cerca de l@s amig@s y compañer@s que buscan caminos libres hacia la libertad. Sabía hacernos sentir que a pesar de los reveses que a veces te colocan al borde del abandono nos teníamos a nosotr@s mism@s y que eso era precisamente nuestra más valiosa posesión y que por eso la búsqueda de la utopía se nos hace irrenunciable. Su aliento y su calor siempre nos acompañarán en esa senda.

1 comentario:

  1. muchas gracias por tan encantadoras palabras. Me habéis hecho llorar a lágrima viva, pero bueno...la capacidad de emocionarme, la alegría y fuerza que tengo ahora mismo sin duda lo aprendí de mi madre aunque comparándome en una mínima expresión.
    Un saludo
    Candela (hija de Badiqui)

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